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HISTORIA DE VIDA | RUBÉN: “NO QUIERO QUE MI VIDA SE PIERDA, SIN HABER CONSEGUIDO NADA”

En el albergue las personas del programa reciben terapias y apoyo para plantear sus proyectos de vida. Rubén disfruta de tocar flauta.

A Rubén no le daba miedo dormir bajo un puente, al fin estaba con otros muchachos igual que él viviendo allí, pensaba. Pero sí le da miedo no poder mantenerse en la universidad, porque ya logró ingresar hace 3 semanas.

Desde mayo de 2020, Rubén vive en el albergue para personas en situación de calle que abrió sus puertas, apenas inició la pandemia por el COVID-19 en Sangolquí, con el apoyo del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) y la administración de Misión Social Rumiñahui. Recuerda que hasta aquel puente llegó el personal del MIES, lo que denominan abordaje, para invitarles a dejar la calle y ser parte del programa de protección especial. Desde abril del 2020, inició su nueva vida, cuenta. “Tengo una cama, no me falta comida y ahora aprobé los exámenes de ingreso a la ESPE (Escuela Politécnica del Ejército), voy a seguir administración de empresas”, dice mirando al frente y pensativo.

Esta es una nueva etapa en su vida. Nos cuenta que desde los 22 años se fue de casa y no volvió a tener vínculo con su familia, hoy tiene 29. Siente que todo cambió para él cuando sus padres se separaron cuando tenía 17 años. Recuerda que llegó a Quito hace un poco más de una década, su familia es oriunda de Quinindé, provincia de Esmeraldas. Logró terminar la secundaria y dice orgulloso que fue abanderado del pabellón nacional. Enseguida ingresó a la Escuela Politécnica Nacional, allí estudiaba tecnología en electromecánica, sus sueños eran trabajar en una petrolera, pero todos sus planes fueron abandonados y piensa que fue por su inestabilidad emocional, sin su familia y su apego progresivo a las drogas.

Siente que desde los 22 años su vida fue muy solitaria, conseguía trabajos temporales, informales, como el de estibador en camiones de gas; al igual que los trabajos, sus hogares también fueron temporales en las casas de sus amigos. Recuerda que vivió en una casa abandonada, los vecinos le daban ropa y comida, pero finalmente fue expulsado de allí con maltratos. Cree que su imagen los asustaba y que esa era la razón para que lo traten mal. Ya sin tener un techo, sobrevivía de hacer malabarismo y venta de caramelos en las calles del sector de El Triángulo, en el Valle de Los Chillos en Quito. En esa época encontró su hogar bajo el puente de La Divina Gracia junto a otros cinco muchachos. “Nunca nos faltaba comida, a veces comíamos hasta 4 veces al día, gracias a Dios”, dice.

Recuerda que unos días antes de su encuentro con la señorita que le visitó del MIES para proponerle que ingrese al albergue, tocaba su cadena que al reverso tenía un padre muestro y le pidió a Dios que le dé una respuesta y una nueva oportunidad. Todo se dio. Llegó con dos mudadas de ropa y lo primero que sintió fue un hogar para descansar, explica.

Su familia sabe que está en el albergue y dice que están contentos que esté allí. Sus ojos se inundan con lágrimas. Rubén sabe que ellos tienen su vida y que él no cuenta con ellos. Pero dice convencido: “No quiero que mi vida se pierda, sin haber conseguido nada (…) vine en blanco, lo único que tengo ahora es la esperanza de seguir con mi vida, les dije que quiero estudiar y hace 3 meses cuando vi en las noticias que se abrían las pruebas ‘Ser bachiller’ para ingresar a la universidad, la licen Gabriela (técnica del MIES) me ayudó a aplicar. Siento preocupación, nerviosismo, antes tenía una memoria full buena, pero estoy dedicado. Me ayudaría tener un computador a mi disposición, porque me prestan acá en las oficinas.

Esto que he conseguido, ha sido un paso muy importante en mi vida, lo que en tantos años quise y no logré hacer, ahora es lo que quiero. Siempre quise generar mis propios recursos para no solo ayudar a mi madre sino a toda mi familia”.

*Rubén (pseudónimo)