UN LUGAR DONDE LA VIDA ES MÁS DIGNA.

A treinta minutos de Ambato, en la Provincia de Tungurahua, con dirección al Sur Oriente se encuentra el enigmático Cantón de Patate. Rodeado de montañas que circundan todo su territorio, se ha convertido geográficamente en el “Valle de la eterna primavera”.
No podía ser más apropiado el sitio para ubicar el Centro de Atención Integral del Adulto Mayor, construido por el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) y que desde inicio del presente año se encuentra brindando un invalorable servicio a estas personas, hombres y mujeres que, por circunstancias de la vida han sentido en carne propia la soledad y abandono de sus propias familias.
Con una inversión que sobrepasa los 580 mil dólares, el Centro cuenta con todas las comodidades y espacios adecuados, como dormitorios, duchas, lavabos, comedor, àrea de cocina, lavandería espacios verdes y de recreación, etc.
En la actualidad 26 adultos mayores residentes, ocupan dichas instalaciones, cuyas edades superan los 85 años de edad, hombres y mujeres que lo han dado todo, trabajo, amor y comprensión. Al interior se tejen historias, experiencias, sueños e ilusiones.
Al ingresar se respira un aire de nostalgia. Es como si el tiempo se hubiera detenido. El pausado y lento caminar de los adultos mayores forma parte del lugar. Aunque el hueco sonido del tic –tac de un reloj, que colgado en una pared, recuerda que el tiempo no se detiene.
Es la hora de la merienda. Son casi las 6 de la tarde. Uno a uno los viejecitos, empiezan a llegar y ubicarse en torno a una larga mesa de cedro color café, es nueva, el olor del barniz aún se puede percibir en el ambiente, sin embargo no parece molestarles.
Cada uno tiene su sitio, su lugar, como si estuvieran escritos sus nombres; no hace falta simplemente lo respetan. Calladamente esperan que les sirvan los alimentos, y así lo hacen 4 personas encargadas de la cocina. “Debemos tener bastante paciencia con ellos” nos comenta brevemente una de estas personas mientras acomoda en la mesa una bandeja con pan. “Buen provecho – les dice- y se retira”.
Como si algo les impidiera comer, se regresan a ver unos a otros, como si alguien faltara. En efecto dos sillas en el centro de la mesa se encuentran vacías. Se codean unos con otros mientras con la cabeza asienten una seña de interrogación. Se oye unos susurros. “Donde están” dice uno, “No sé” le contesta otro. Un silencio domina el ambiente.
“Elè ahí están” dice un adulto mayor- señalando con el dedo la puerta de ingreso al comedor. Eran ellos. Don Felipe y Doña María.

Con paso pausado pero firme, cogidos de la mano y con una sonrisa en sus rostros se acercan a la mesa. Los comensales los aguardan ansiosos. Como todo un caballero Don Felipe le acerca la silla a María y ocupan sus lugares, están completos; pueden empezar a comer.
Felipe Ocaña y María García son esposos. Se conocieron en el antiguo Asilo del Hospital de Ambato hace cuatro años, jamás se imaginaron que en el lugar que menos esperaban se iban a entrelazar sus destinos. Espero que terminen de comer para conversar con ellos.
“Yo soy de Penipe, tengo 80 años de edad, toda la vida fui agricultor, no me casè y tampoco tuve hijos, al encontrarme solo y ver que ninguna de mi familia quería recibirme, mejor me fui al asilo” nos dice don Felipe, mientras no deja en ningún momento de soltar la mano de María.
“Aquí estamos muy bien, los señores del MIES y las enfermeras nos cuidan mucho, dos dan de comer, tenemos camas limpias para dormir y nuestro propio cuarto, vienen médicos a ver cómo estamos de salud y nos dejan medicina, mejor que esto, en otro lugar, imposible” dice mientras sonríe.
María García nació hace 82 años en Ambato, tampoco se casó por lo que no ha tenido ningún hijo biológico, sin embargo adoptó a una niña a quien la cuidó, crió y educó como a su propia hija, sin embargo al pasar el tiempo fue a dejar a María, en el asilo.
Con su pelo blanco y sus ojos cafés obscuros, mira fijamente a su esposo mientras él nos comenta la vida que llevan juntos al interior del Centro de Atención Centro de Atención Integral del Adulto Mayor del MIES. “Somos una familia, nos tratan bien y lo más importante nos hacen sentirnos útiles hacemos muchas cosas, actividades manuales, salimos de paseo, nos escuchan y siempre están pendientes de nosotros, y nos quieren mucho” dice entre otras cosas.
María habla de cuando fue joven, cómo eran esos tiempos, cómo era la ciudad hace más de 60 años, de sus viajes por la costa ecuatoriana, de sus sueños de ser cantante, de sus pretendientes y hoy habla de su esposo. “Estamos juntos hasta cuando Dios quiera llevarnos” manifiesta.
Ha pasado el tiempo, deben irse a su habitación, ya a dormir. Me despido, se van como llegaron los dos cogidos de las manos, como si no quisiera que ninguno de ellos se perdiera en el camino, o se fuera de su lado, como si a la vida le exigieran más noches y días para vivirlas juntos.